lunes, 18 de junio de 2018

GRAN HOTEL LAR (SEVILLA)

GRAN HOTEL LAR
Plaza Carmen Benítez 3
41003 Sevilla

Habitación: 416
Fecha de entrada: 16/11/2017
Tarifa:

Un edificio embutido en una manzana de vecinos, con cinco alturas y una fachada algo descuidada en blanco con grandes balcones. Letras art decó sobre la entrada y una primera planta toda de cristal en tono casi verdoso. El entorno, una pequeña plaza arbolada con una escuela y una iglesia será lo único que nos transmita algo en una lamentable estancia.

Sorteados dos escaloncitos bajo un pórtico, se abren, quejosas, las puertas correderas y en décimas de segundo nos vemos transportados a los años cincuenta. No sólo son los desgastadísimos sofás de piel marrón hundidos en su asiento, no sólo es la decoración y el mobiliario, propios de una vivienda de aquella época, no sólo es la luz (fría, impersonal...), no sólo son las plantas artificiales que tratan de decorar ese espacio, no sólo es la música, no sólo es el sonido a transistor del hilo musical, no sólo es el olor a rancio, no sólo es ese enorme y separador mostrador de mármol, no sólo es ese viejo y soso mueble recogellaves, no sólo es la vieja llave de plástico troquelada que te entregan, no sólo es el puñado de revistas y libros desordenados que se amontonan sobre el mostrador... Es que no hay nada que se salve. 

A la derecha una zona con sofás. Al fondo, a la izquierda, frente a los ascensores, el mostrador de recepción. Techo alto, paredes estucadas color amarillo desgastado y otras cubiertas por mármol entre blanco y rosáceo. Tras el mostrador nos atiende un empleado algo desganado. Nos pide el DNI para copiar los datos en el ordenador. A juzgar por el rato que tarda, el equipo informático debe ser también de los años 50. Nada más. No hay interacción alguna más allá de darnos la llave y responder a nuestra pregunta sobre el WiFi. Es lo único moderno del hotel. Además funciona perfectamente bajo una clave sencilla.

Los ascensores, se abren con puertas correderas automáticas en la planta baja. En los pisos, las puertas son de las de antes, de las de empujar. Normal. Suelo de goma, un espejo en la pared del fondo, y un pequeño cartel con publicidad de la cadena a la que pertenece el hotel.

Salimos a un recibidor al que rodean varios pasillos con habitaciones. Anchos, de techos altos desvencijados, paredes en estuco azul, con trozos rotos, ennegrecidos, aparatos de alarma totalmente desfasados que allí siguen, moqueta desgastadísima en el suelo; a tramos hasta deshilachada. Las puertas son de madera, con los números dorados, de aquellos antiguos, anclados al marco. Casi no se ven. La luz es casi fantasmal. Podrías incluso llegar a sentir miedo.

Introducimos la llave en la ranura y abrimos la puerta. Ya nada nos sorprende. Entramos a un pequeño cuadrado que nos separa del dormitorio por una puerta de madera blanca. Huele a humo, o a rancio, o a cerrado, o a todo junto. A la izquierda hay un antiguo diferencial que cría polvo, y dos interruptores. Uno enciende la fría luz de ese cuadrado; el otro, el fluorescente del baño, que está allí tras un escalón y una puerta de madera blanca que no se puede cerrar. El fluorescente es de los que primero vibra (y suena un repiqueteo) antes de encenderse. Paredes estucadas en amarillo con clavos abandonados e interruptores inservibles. Moqueta desgastadísima en verde. Vamos un paso más. Abrimos la puerta del dormitorio. Está oscuro. No hay interruptor. No vemos nada. Asusta. Encendemos la linterna del móvil para buscar la luz. Nada, no hay interruptores. Tenemos que ir hasta el fondo y encenderlo desde la mesilla junto a la cama. Hay dos lámparas de noche sobre las camas. Sólo luce una. 

El dormitorio no es pequeño. A la derecha hay un escritorio de mármol y madera. Sobre él una lámpara de pie con pantalla, de luz amarillenta muy tenue, un cuadro, y un enorme plasma (lo único moderno) con una potentísima luz azul en su standby que molesta -y mucho- por la noche. Delante del escritorio hay una silla de madera tapizada en verde, tan vieja que al sentarnos se le mueven un poco las patas. Por la pared de esa zona corren algunas canaletas blancas con cables para enchufar una lámpara y la televisión. Bajo el escritorio, una papelera. Entre el escritorio y la ventana, que ocupa toda la pared del fondo hay una nevera exenta, de las antiguas, sorprendentemente cargada con aguas, cervezas y refrescos... Sobre ella hay un par de regletas ancladas a la pared con tres enchufes disponibles. Los únicos que hay en toda la habitación, bien lejos de la cama. 

La ventana, con generosa terraza y vistas a la plaza en la que se abre la puerta principal, ocupa toda la pared del fondo. Madera vieja barnizada y rebarnizada y cristal viejo: ni antitérmico, ni antiruidos... El frío y las voces de la calle se cuelan como Pedro por su casa. Un viejo, deshilachado y destartalado foscurit y una vieja y raída cortina en color crudo tratan de proteger inútilmente la luz del exterior. 

A la izquierda de la puerta del dormitorio hay un pequeño maletero, también en madera y mármol. Junto a él, el mando, casi colgante del aire acondicionado. En realidad es simplemente una máquina de ruido. De mucho ruido. Saca poco aire, y ni mucho menos a la temperatura que dice la rueda del termostato. En Sevilla no suele hacer frío, pero los diez grados de esa noche, se cuelan en la habitación con una facilidad pasmosa sin que nada los detenga. Allí mismo está el armario empotrado con dos puertas correderas con espejo. Dentro, un desastre: cajones atascados, una barra colgador doblada con perchas antirrobo de distintos tipos, texturas y colores, una balda caída, un cable colgando que en algún momento debió servir para que alguna luz iluminara su interior. Una caja fuerte ¡¡con llave!! oxidada y raída aparece anclada a la pared. 

Hay dos camas embutidas es un pequeño espacio. Tan pequeño que sólo hay acceso a una de ellas por un lado (el del armario). La otra aparece pegada a las cortinas de la ventana y es imposible entrar por ese lado. Dos colchas de colores entre grises y vinos algo sucias cubren ambas. Debajo, simplemente una sábana. Frío. Ambas se empujan contra un cabecero de madera oscura en el que aún hay unos mandos de algún hilo musical que debió funcionar en su momento. Interruptores, pero no enchufe. Demasiados para las escasas luces que hay en la habitación que queda casi siempre en penumbra, así que resulta imposible el leer o el trabajar durante la noche. Sobre la mesilla un lapicero, un bloc de notas con una hoja y un viejo teléfono en el que aún pone "Telefónica de España". La cama no es incómoda, aunque almohada y colchón, que parecen nuevos, son de una consistencia extraña como si fueran de latex, de los que dejas la marca del cuerpo como los dibujos animados. La sábana bajera se apoya directamente sobre el colchón. Sin más protección. Mejor no pensar. El frío dificulta el descanso, pero también la nula insonorización exterior y la interior. Se escuchan todos los movimientos del pasillo, de las habitaciones contiguas y de las de encima. 

A los pies de la cama, hay una butaca de madera con cojines en color verdoso. Al sentarse, también se cimbrean un poco las patas, lo que demuestra el trato y trote que ha llevado. 

El baño también es antiguo. Generoso de tamaño. Suelo renovado de porcelana. Alicatado con baldosas hasta el techo. Cada trozo de un color, forma y textura distinta. A la izquierda bajo un gran espejo iluminado en su parte superior, y con una estrecha repisa en la inferior, encontramos el lavabo. Exento. Con grifo monomando algo plastificado. Junto a él hay una cesta de mimbre con un puñado de amenities: un bote de gel, dos ¡sobres! de champú, una pastilla de jabón, unos pañuelos de papel y un lustrazapatos. A cada lado del lavabo, en unos rancios colgadores se ofrecen sendas toallas de baño. Bastante decentes. Esas, junto con otras dos de ducha, de escaso tamaño completan el equipo de lencería. Un flojo secador de pelo también aparece colgado de la pared. 


El inodoro es muy antiguo, con un sistema de cisterna de palanca exterior. Es de esos que está lleno de agua casi hasta arriba y sin apenas presión para la retirada del agua. Junto a él hay un radiador que no funciona, y una papelera de plástico blanco de rejilla. Frente a la puerta esta el bidet.

La bañera aparece exenta por tres lados. Es baja. Protegida por una antihigiénica cortina de baño blanca que apenas llega a cubrir dos lados. La barra sobre la que cuelga está más que doblada. O uno presta cuidado o acaba llenando de agua el baño, porque puede salir el agua por cualquier lateral. La ducha es una alcachofa anclada a la pared, embaldosada con baldosas de otro color y dibujo, demasiado baja para los que somos algo altos, que funciona bastante correctamente (caudal, temperatura y presión adecuadas).


Por la mañana quizá haya desayuno, pero además de que salimos muy temprano, casi no nos atrevemos a preguntar por él. En recepción, un joven consulta el ordenador y esperamos a que se cargue en la pantalla, a esa velocidad de los años 50, que ya está todo pagado. Adiós. De verdad. Adiós. 

Calidad/precio:
Servicio: 4
Ambiente: 1
Habitación: 3
Baño: 4.5
Estado de conservación: 3
Desayuno:
Valoración General: 3.5

No hay comentarios: